RECORDANDO

Juan Carlos Izquierdo

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Enero, febrero,… abril y mayo…. Buena olla ¡¡¡¡, así cantaban mis hermanas Sandra y Lorena cargándome de mis rodillas flexionadas, mientras esperaban a ver si aguantaba el balanceo y era en realidad una buena olla.

 

Este recordado juego de las ollitas en el que participábamos los fines de semana, además de mis hermanas casi toda la muchachada del barrio, nos mantenía hasta las ocho o nueve de la noche en que cada una de nuestras mamás nos llamaba para dormir. Ya en casa el proceso era bastante simple, asearnos antes de ir a la cama, pedir la bendición y rezar con fe para que siempre nos vaya bien. Diez en punto estábamos durmiendo y algunos quizá soñando con que nuevos juegos íbamos a emprender el siguiente día. Las topadas, centinela, la víbora del amor, las guerritas, las quemadas, trompos, o simplemente hacer una rica boda eran los pasatiempos preferidos de quienes en ese entonces  éramos niños y niñas felices y con todas las ganas de disfrutar cada momento de la vida. Algunos de mis amigos no tenían la misma suerte que yo, pues incluso desde niños tenían que trabajar, ya sea lustrando, ya sea de aprendices en algún oficio, pero en ningún caso estas actividades les quitaban la alegría de encontrarnos al finalizar las tardes o en las noches para jugar y compartir.

Han pasado más de treinta años de estos recuerdos, y con cierta tristeza veo a mi alrededor y contemplo cuanto nos ha contaminado la televisión, el internet, en fin… como si el avance de la tecnología nos hubiese cobrado algo a cambio de sus ventajas, nos ha venido cobrando la inocencia de nuestros hijos, el tiempo de oro que compartíamos con nuestra familia y que ahora generalmente lo regalamos al televisor, a los mensajes por celular o al chat. Y es que resulta increíble ver a niños de ocho o nueve años con su propio celular que no lo sueltan ni para ir al baño. Aparentemente ya nadie sabe que es el juego de las ollitas, o el centinela; incluso algunos jóvenes amigos al proponerles hacer una boda en el río, me preguntaban ¿Y quién se casa?, olvidando la vieja y hermosa costumbre de compartir alimentos y esfuerzos para preparar un banquete campestre. Ahora lo normal escuchar a nuestros hijos sobre el último video juego, o la red social de moda que te acerca no solo a tus amigos sino también al peligro. Qué diferencia con nuestra infancia, cuando a veces ni siquiera había televisión, nunca necesitamos de un corte de cabello especial, ni andar con aretes para ser aceptados. Nuestras vidas jamás dependieron de un aparato como un celular ó de un invento tecnológico como el Internet.

Es nuestro deber no perder de vista las tradiciones, el respeto a las buenas costumbres, y el uso responsable de los avances tecnológicos. No todo lo de antes era mejor, no todo lo nuevo es peor, depende de nosotros el provecho que le damos. Recuerdo que antes se decía que hasta los electrodomésticos eran hechos para durar, ahora hasta el matrimonio y la amistad son desechables. Nosotros debemos vivirla a la vida, hacerle llevadera con lo que tenemos, no dejemos que nuestra alegría desaparezca por la falta de un aparato, de un vehículo, de una cosa que algún día se va a terminar; todavía hay cosas que nos pueden llenar y son duraderas como visitar a un amigo, comprar con los hijos el fin de semana, jugar un partido de vóley por el puro gusto de saber que todavía se puede, recorrer el campo; en fin solo el tiempo dirá si nuestro esfuerzo valió la pena.

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